En mis años
de consulta he podido notar que hay casos que se repiten constantemente, como
el de la madre que tiene un hijo adolescente con el que está teniendo
conflictos; la pareja de esposos que se quiere separar porque no se comprenden;
personas que tienen diferencias con jefes o compañeros de trabajo... y así un
sinnúmero de situaciones parecidas.
Por lo
general, los involucrados logran determinar por sí solos que esas diferencias
se originan en un problema de comunicación -y hasta ahí vamos bien-. Es común
escuchar a las personas contar sobre lo que se dijo o lo que no se dijo, pero
es muy raro que por sí solos concluyan en que el problema está en lo que NO
ESCUCHARON y, en un alto porcentaje de los casos, es precisamente ahí donde
está el meollo del asunto.
En estas
últimas publicaciones he estado hablando de comunicación, por ser éste
tema tan importante para las relaciones humanas, y si dentro de esta sombrilla
no hablo de lo necesario que es escuchar, mi aporte se queda cojo.

Todo el
mundo cree que sabe escuchar y por eso le resta importancia. Es cierto que la
mayoría de las personas reconoce el poder de la comunicación y de hecho muchos
saben que hay que manejar muy bien este aspecto para, por ejemplo,
acceder a un gran número de puestos de trabajo, tener cierto liderazgo,
colocarse en lugares importantes social, política y económicamente o
proyectarse más y mejor. Son muy populares los cursos de oratoria donde se
aprende a hablar en público, controlar el lenguaje corporal, usar correctamente
la palabra, romper la timidez y demás, pero, si revisamos los programas de esos
cursos, no hay un momento destinado a aprender a escuchar, no sabiendo todo lo
se puede conseguir manejando este arte.
Saber escuchar no se da espontáneamente
en todas las personas, porque no me refiero a el hecho de captar los sonidos y
entender las palabras. Hablo de un proceso a través del cual tú logras entrar
en sintonía con el que habla y así interpretar pensamientos, sentimientos e
inquietudes dentro del mensaje.
Por lo
general las personas tenemos una escucha poco saludable, podríamos decir
que contaminada. Entre las formas de escuchar a la que tendemos comúnmente
están, entre otras, la escucha fingida, en la que te encuentras en
silencio, pero mientras el otro habla estás distraído o esa en la
que, mientras “escuchas” estás pensando lo que vas a contestar -A veces estás
de acuerdo con lo que el otro dijo y por no prestar real atención, entras en
una polémica innecesaria-. También escuchamos mucho estando alertas para
encontrar el momento de interrumpir y otra muy popular es la escucha
autobiográfica, en la que respondes desde tu historia y todo lo que oyes lo
relacionas con una experiencia personal que cuentas ni bien termine de hablar
el otro. Una muy común es la escucha prejuiciada, donde supones lo que
te van a decir y contestas juzgándolo. Por otro lado está la escucha
adivinatoria, en la que ya no supones sino que estás seguro de lo que te
van a decir y lo completas aunque la mayoría de las veces, no tiene nada que
ver con lo que el otro quería expresar. Otra escucha poco prometedora es la escucha
irrespetuosa en que la que descalificas lo que se te dice, lo corriges o
incluso lo rebajas.
Supongo que te recordaste de haber
escuchado desde alguna o varias de las formas anteriores.
Existen
otros tipos de escucha que no se tienen incorporados, si no que se tienen que
ir desarrollando hasta lograr el exquisito arte de escuchar sin prisa,
entendiendo que el otro expone su alma, sabiendo que frente a ti hay un ser
humano y tomando en cuenta el impacto de lo que vas a responder. A este grupo
pertenecen: La escucha empática, en la que procuras ponerte en el lugar del
otro; la escucha limpia: aquella sin juicio, sin predisposición, en la que eres
un centro dispuesto a recibir la información. No tienes idea de lo que vas a
responder porque verdaderamente va a depender de lo que el otro te diga. También a este grupo pertenece la escucha compasiva, en la que te preguntas
¿Qué podrá el otro necesitar de mi? y si tu respuesta viene desde ahí, vendrá del
lugar más sano. Finalmente, está la escucha que yo llamo SAGRADA, que se da
cuando tienes total conciencia de ese alguien que está frente a ti y aún cuando
hable con dolor o agresividad, tú puedes sentir más allá.
En mis primeros estudios, en la Madre y
Maestra, mi promoción tuvo el privilegio de contar con excelentes profesionales
que vinieron de Estados Unidos para formarnos en una disciplina que, en
aquellos tiempos, era nueva en el país y algo que agradezco de esos profesores
es el énfasis en las prácticas que tuvimos que hacer para desarrollar la
capacidad de escuchar.
Siendo
justa, en mi entrenamiento en análisis transaccional también recibí muchos
halones de oreja. Muchas veces terminé frustrada, porque pensaba que lo había
hecho bien y mis supervisores me quitaban cantidad de puntos por no tener una
escucha activa.
Más
adelante, también en mi formación de coaching, terminé de recoger todo lo que
se me había escapado sobre este tema, para corroborar que en escuchar está la
clave. Les cuento un “secreto profesional”: La solución a muchos de los
problemas que llegan a los especialistas de la conducta, está en lo que la
persona te cuenta. Sólo se tiene que escuchar con atención.
Hay ciertas prácticas que te ayudan a desarrollar una escucha sana, como son: quedarte en
silencio por varios minutos atendiendo y descubriendo los
sonidos a tu alrededor; o escuchar una canción entera sin interrumpir.
Para mejorar
tu escucha puedes empezar por decidir conscientemente que vas a escuchar a
alguien hasta que termine de hablar y que esperarás treinta segundos en
silencio para contestar, aunque al final te quedes sin decir nada.
Si hay una
persona con la que tienes dificultades y tienes la oportunidad de hablar con él
o ella, procura escuchar poniéndote en su lugar, abriéndote a una mirada que no
es la tuya. Esta será una escucha compasiva, en la que procurarás no ser duro
con quién te habla. No se trata de tenerle lástima o de victimizarlo, sino de preguntarte
qué puede esa persona necesitar de ti.
Cuando
desarrollas este arte y descubres el deleite de escuchar, hablar no es tan
necesario, afinas tus oídos y tus posibilidades de aprendizaje aumentan
increíblemente.
MUCHA LUZ!
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