jueves, noviembre 10, 2011

EL EXQUISITO ARTE DE ESCUCHAR




En mis años de consulta he podido notar que hay casos que se repiten constantemente, como el de la madre que tiene un hijo adolescente con el que está teniendo conflictos; la pareja de esposos que se quiere separar porque no se comprenden; personas que tienen diferencias con jefes o compañeros de trabajo... y así un sinnúmero de situaciones parecidas.



Por lo general, los involucrados logran determinar por sí solos que esas diferencias se originan en un problema de comunicación -y hasta ahí vamos bien-. Es común escuchar a las personas contar sobre lo que se dijo o lo que no se dijo, pero es muy raro que por sí solos concluyan en que el problema está en lo que NO ESCUCHARON y, en un alto porcentaje de los casos, es precisamente ahí donde está el meollo del asunto.

En estas últimas publicaciones he estado hablando de comunicación,  por ser éste tema tan importante para las relaciones humanas, y si dentro de esta sombrilla no hablo de lo necesario que es escuchar, mi aporte se queda cojo.

Todo el mundo cree que sabe escuchar y por eso le resta importancia. Es cierto que la mayoría de las personas reconoce el poder de la comunicación y de hecho muchos saben que hay que manejar muy bien este aspecto para, por ejemplo, acceder a un gran número de puestos de trabajo, tener cierto liderazgo, colocarse en lugares importantes social, política y económicamente o proyectarse más y mejor. Son muy populares los cursos de oratoria donde se aprende a hablar en público, controlar el lenguaje corporal, usar correctamente la palabra, romper la timidez y demás, pero, si revisamos los programas de esos cursos, no hay un momento destinado a aprender a escuchar, no sabiendo todo lo se puede conseguir manejando este arte.

Saber escuchar no se da espontáneamente en todas las personas, porque no me refiero a el hecho de captar los sonidos y entender las palabras. Hablo de un proceso a través del cual tú logras entrar en sintonía con el que habla y así interpretar pensamientos, sentimientos e inquietudes dentro del mensaje.

Por lo general las personas tenemos una escucha poco saludable,  podríamos decir que contaminada. Entre las formas de escuchar a la que tendemos comúnmente están, entre otras, la escucha fingida, en la que te encuentras en silencio, pero mientras el otro habla estás distraído o  esa en la que, mientras “escuchas” estás pensando lo que vas a contestar -A veces estás de acuerdo con lo que el otro dijo y por no prestar real atención, entras en una polémica innecesaria-. También escuchamos mucho estando alertas para encontrar el momento de interrumpir y  otra muy popular es la escucha autobiográfica, en la que respondes desde tu historia y todo lo que oyes lo relacionas con una experiencia personal que cuentas ni bien termine de hablar el otro. Una muy común es la escucha prejuiciada, donde supones lo que te van a decir y contestas juzgándolo. Por otro lado está la escucha adivinatoria, en la que ya no supones sino que estás seguro de lo que te van a decir y lo completas aunque la mayoría de las veces, no tiene nada que ver con lo que el otro quería expresar. Otra escucha poco prometedora es la escucha irrespetuosa en que la que descalificas lo que se te dice, lo corriges o incluso lo rebajas.

Supongo que te recordaste de haber escuchado desde alguna o varias de las formas anteriores.

Existen otros tipos de escucha que no se tienen incorporados, si no que se tienen que ir desarrollando hasta lograr el exquisito arte de escuchar sin prisa, entendiendo que el otro expone su alma, sabiendo que frente a ti hay un ser humano y tomando en cuenta el impacto de lo que vas a responder. A este grupo pertenecen: La escucha empática, en la que procuras ponerte en el lugar del otro; la escucha limpia: aquella sin juicio, sin predisposición, en la que eres un centro dispuesto a recibir la información. No tienes idea de lo que vas a responder porque verdaderamente va a depender de lo que el otro te diga. También a este grupo pertenece la escucha compasiva, en la que te preguntas ¿Qué podrá el otro necesitar de mi? y si tu respuesta viene desde ahí, vendrá del lugar más sano. Finalmente, está la escucha que yo llamo SAGRADA, que se da cuando tienes total conciencia de ese alguien que está frente a ti y aún cuando hable con dolor o agresividad, tú puedes sentir más allá.

En mis primeros estudios, en la Madre y Maestra, mi promoción tuvo el privilegio de contar con excelentes profesionales que vinieron de Estados Unidos para formarnos en una disciplina que, en aquellos tiempos, era nueva en el país y algo que agradezco de esos profesores es el énfasis en las prácticas que tuvimos que hacer para desarrollar la capacidad de escuchar.

Siendo justa, en mi entrenamiento en análisis transaccional también recibí muchos halones de oreja. Muchas veces terminé frustrada, porque pensaba que lo había hecho bien y mis supervisores me quitaban cantidad de puntos por no tener una escucha activa.

Más adelante, también en mi formación de coaching, terminé de recoger todo lo que se me había escapado sobre este tema, para corroborar que en escuchar está la clave. Les cuento un “secreto profesional”: La solución a muchos de los problemas que llegan a los especialistas de la conducta, está en lo que la persona te cuenta.  Sólo se tiene que escuchar con atención.

Hay ciertas prácticas que te ayudan a desarrollar una escucha sana, como son: quedarte en silencio por varios minutos  atendiendo y descubriendo los sonidos  a tu alrededor; o escuchar una canción entera sin interrumpir.

Para mejorar tu escucha puedes empezar por decidir conscientemente que vas a escuchar a alguien hasta que termine de hablar y que esperarás treinta segundos en silencio para contestar, aunque al final te quedes sin decir nada.

Si hay una persona con la que tienes dificultades y tienes la oportunidad de hablar con él o ella, procura escuchar poniéndote en su lugar, abriéndote a una mirada que no es la tuya. Esta será una escucha compasiva, en la que procurarás no ser duro con quién te habla. No se trata de tenerle lástima o de victimizarlo, sino de preguntarte qué puede esa persona necesitar de ti.

 Cuando desarrollas este arte y descubres el deleite de escuchar, hablar no es tan necesario, afinas tus oídos y tus posibilidades de aprendizaje aumentan increíblemente.


MUCHA LUZ!